Emprender en España

Donde están los verdaderos "brotes verdes"

Bamba Longboards, va sobre ruedas

Javier Díez es un emprendedor pamplonica, activo y entusiasta de 26 años. Él es la alma mater de Bamba Longboards. Estudió arquitectura técnica en la Universidad de Navarra, luego hizo un grado de «Ingeniería de la Edificación» en Madrid. Y después de estar haciendo medio año prácticas se marchó a California tres meses «sabáticos». Allí practicó surf, la que él define como su pasión, e hizo turismo. Sin embargo, esos días de idilio le influirían más de lo que nunca llegaría a pensar.

Javier nunca pensó que acabaría plasmando sus conocimientos de aerodinámica y diseño en unas tablas de skate. Sin embargo hoy, lo que empezó como un hobbie, se ha convertido casi en un medio de vida y un trabajo a tiempo parcial que ejerce con esmero e ilusión. Como él dice llegó todo muy rodado. «Como patinábamos toda la pandilla, empezamos a trastear y a fabricar patines. Nos dimos cuenta de que a la gente le gustaba lo que hacíamos y de que podíamos desarrollarlo más». Poco a poco, y casi sin darse cuenta, el «Capitán Kiskilla (cómo él mismo se denomina por su afición al mar y al surf) y sus amigos empezaron sus andanzas emprendedoras. Pusieron el poco dinero que tenía cada uno y así empezó todo, pagando en total unos 1000 euros, que invirtieron en alquilar una bajera, comprar madera y los primeros materiales.

El equipo de Bamba Longboards lo componen cinco socios y amigos de entre 26 y 30 años. Aunque no tienen cargos establecidos, cada uno sabe su papel en la empresa: Javier Díez, se encarga de la construcción y el diseño. Él es quien cuida la imagen y la estética del producto; Marina Rodríguez Artieta, que es arquitecta, también atiende al diseño y a todo el papeleo: finanzas, contactos con distribuidores, becas, etc. Es esa pieza que hace que todo marche bien; Javier Catalán: el «gurú» del taller. Se dedica al soldado, montaje de la maquinaria de Bamba y a la fabricación de las tablas; Unai Osinaga, es el glasser: se ocupa del enfibrado y la construcción de patines; y Javier Albéniz: accionista de la marca e ingeniero industrial de la Volkswagen. Diseñó toda la maquinaria y los materiales.

El nombre de la empresa emergió de un brain storming del equipo inicial, cuyas propuestas sometían a votación. Viene de un juego de palabras entre «bambú», su materia prima, la famosa canción mexicana, por aquello de aportarle dinamismo, y por una modalidad de longboard denominada «dancing», que es como bailar sobre la tabla.

Su medio de promoción principal es la red del Sr. Zuckerberg. Sin embargo Bamba pretende diferenciarse de la competencia hasta en su forma de darse a conocer, siempre de forma original y urbana. Recientemente ha salido una hornada de camisetas, gorras o sudaderas que llevan la marca, más a modo de merchandising que con vistas de ampliar el negocio. O por su parte Unai, quien hace también carrocerías de coches en fibra de vidrio, ha conseguido que un coche de rally lleve su marca. «Como todos tenemos mucho mundo, estamos tirando bastante de contactos», explica Javier. Como el longboarding se trata de un deporte muy urbano, tampoco es raro encontrar pegatinas de la firma por todo Pamplona, para encontrarse con su cliente en los sitios donde se mueve: en bancos, farolas, coches de amigos, utilizando el urbanismo como método publicitario.

Bamba Longboards ya cuenta con proveedores fijos y de confianza, de diferentes contactos que han ido haciendo. La madera viene desde Barcelona; la fibra de vidrio y el epoxy tienen denominación de origen galo.

La acogida de la marca no ha podido ser mejor. En apenas dos meses han conseguido 265 seguidores en facebook y 30 encargos sólo para el mes de noviembre, por lo que según Díez «no dan a basto». Hay que tener en cuenta que estos emprendedores no sólo se dedican a esto, sino que tienen que compatibilizarlo con otros trabajos.

La mayor dificultad que se les presentó para abordar el proyecto, confiesa, ha sido la financiación. «Cada uno tiene diferentes ingresos y hay pagos a proveedores que los ha tenido que hacer uno sólo, o por turnos, y a unos les es menos fácil que a otros hacer frente a los cobros». Pese a ello Javier niega que esto conlleve disputas ya que como gente civilizada, con diálogo se soluciona todo y con una buen balance de gastos. Precisamente ahora están con el registro de la marca, el logo y las patentes, que al ser un desembolso grande lo están llevando a cabo de forma fraccionada.

Sin embargo, a pesar del éxito inicial, a estos cinco pamplonicas no se les separan los pies del suelo con altas pretensiones y grandes cifras de mercado, lo cual no encaja con su idea de marca. Ellos son coherentes. Prefieren la exclusividad, la calidad y el diseño a la masificación. Ellos se diferencian de la competencia apostando por tablas artesanales, hechas con mimo una a una, numeradas, y en las que el comprador pueda intervenir en su diseño (dentro del catálogo de telas disponibles). Para Bamba, cada tabla pretende ser una obra de arte con ruedas, única. El coste de ellas oscila entre los 100 y 160 € (según el modelo) y muy pronto podrán adquirirlas en su página web. Un portal que ha sido creado gracias a una beca que les otorgó la Cámara de Comercio Europea.

Pero esto no se queda aquí. Bamba ya se distribuye en dos tiendas de skate en Pamplona, y ambas han mostrado mucho interés en apoyar a esta marca local. Actualmente se están haciendo los trámites para ampliar los puntos de venta a Zarautz, en una tienda de surf donde todos los productos son manufacturados y ecológicos, muy en la línea de la imagen de marca que tanto Javier, como su equipo, quieren transmitir. Próximamente pretenden ampliar el mercado en Portugal o California, en otros emplazamientos de semejantes características. De hecho en el primero ya les han solicitado varios pedidos.

“El rollo de la marca y su influencia principal es muy del surf tradicional de los años 60”. “Customizamos las tablas con telas, utilizamos mucho estampados de cachemir, motivos florales…». El distintivo de la marca y lo que la diferencia son sus diseños, de ahí el que recurran al empleo de una técnica plástica y de estampado que casi nadie usa en el sector. El estilo que quieren plasmar es el «hipster californiano, una mezcla de rock&roll, psicodelia representada en una combinación de estampados pastel sin estridencias». Bamba aspira a rodar «con elegancia», y hasta la tipografía de su logo usa un tipo de fuente muy de la época. Pero Javier siempre recalca la influencia de toda esa estética de finales de los 50, y del «Dogtown» en California.

Bamba aún está creciendo y según él, su volumen de negocio no daría aún como para financiar toda la actividad y sacar beneficios, pero sí que se está barajando que uno de los cinco empiece a trabajar con un sueldo a tiempo completo, para ir saliendo al paso de todos los pedidos que tienen pendientes. «Kiskilla» es realista, pero no descarta que “si sigue todo tan bien como hasta ahora”, en un futuro, puedan llegar a vivir de ello. Tiene claro que aunque hay que tener paciencia porque es algo que aún está creciendo, no habría nada mejor que ganarse la vida con lo que verdaderamente le gusta.

En el proceso de creación, Javier Díez ha ido probando cada una de las tablas, para verificar la resistencia y la resilencia del producto, hasta dar con el resultado óptimo y adaptado a sus exigencias y estándares de calidad. Para estar en perfectas condiciones y prepararla a los posibles golpes, cada tabla tarda en estar lista unos tres días, intercalando tiempos de espera, puesto que los materiales húmedos se tienen que secar (cola, resinas, epoxy…). En total, cada una lleva de entre 6 a 8 horas de trabajo.

Desde emprender en España nos preguntamos si tanto trabajo, y la «casi inexistente» retribución económica que les reporta en la actualidad, merecía la pena, pero Javier no nos deja lugar a dudas. «Ver una tabla que ha salido de tus manos, ha quedado así y está funcionando tan bien, no tiene precio». Al diseñador de las tablas se le llena la boca hablándonos de lo que se siente cuando ves a otra persona, incluso que no conoces, usando algo en lo que has puesto tantas energías. «Sí que a largo plazo esperamos tener los ingresos suficientes como para que nos salga gratis el material y las instalaciones», afirma. Hasta tal punto le satisface este hobbie que cuando le preguntamos acerca de sus mayores expectativas o deseos de cara a la marca no habla de una gran facturación (aunque si llega, «mejor que mejor»). Para él su punto máximo sería llegar a un nivel de gastos cero. «Si pudiéramos seguir haciendo esto, sin gastarnos un duro de nuestro bolsillo, sería genial».

Nos despedimos de Javier y de sus barbas, de sus ojos verdes afables, de su sonrisa casi constante y de sus jerseys de punto de aire folk. ¡Ah! ¡Javier! Que no nos has contado, ¿algún otro proyecto en mente?

«Surfear. Surfear todo lo que pueda. Para mí es una prioridad en mi vida. El longboard es como un sustituto, y cuando no hay olas surfeo el asfalto. Además es mi medio de transporte, de hacer deporte y ¡encima no contamina…!», dice mientras se aleja dando impulso al patín.


Así es Javier, un emprendedor por gusto, descomplicado y al que no le pesan las horas entre barnices y resinas después de su largas jornadas de trabajo en Decatlón. Según él, la empresa Bamba es «su tiempo libre», claro que él no distingue entre trabajo y pasión.

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Esta entrada fue publicada en 26 noviembre, 2012 por .

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